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Adrián Barbón agradece con humildad el Asturcón de Oro y garantiza su total apoyo al sector

Piloña Sociedad

La Majada de Espineres, un paraje enclavado en la sierra del Sueve entre los concejos de Colunga y Piloña, ha recuperado hoy, tras dos años sin celebrarla por la pandemia, la tradicional Fiesta del Asturcón, el emblemático caballo autóctono de los astures, que se situó al borde de la extinción y cuyos últimos ejemplares vivían en esa zona.

Junto al marcaje con pintura de los seis potros nacidos este año, los responsables de la Asociación de Criadores de Asturcones del Sueve (Acas) llevaron a cabo el intento de monta y doma de tres ejemplares. Este año fueron «Trueno», «Escurridizo» y el ya mítico «Indomable», al que nadie ha conseguido montar en las últimas once ediciones.

En esta 42ª edición, Acas concedió el Asturcón de Oro al presidente del Principado, Adrián Barbón, que ha agradecido «con humildad» el galardón que le han otorgado los promotores de una fiesta a la que había acudido por última vez en 2019 y a los que ha mostrado su reconocimiento por su trabajo a favor de mantener una tradición que forma parte del patrimonio material e inmaterial de Asturias.

El galardón se lo entregó la secretaria de organización de la FSA, la parraguesa Gimena Llamedo, aunque al evento también asistieron el vicepresidente Juan Cofiño y la viceconsejera de turismo, Graciela Blanco. Los anfitriones, el alcalde de Piloña, Iván Allande y la alcaldesa de Colunga, Sandra Cuesta.

«El asturcón es nuestra raza autóctona más identificativa», ha apuntado Barbón tras recibir la distinción durante un festejo en el que finalmente no se ha llevado a cabo la concentración de protesta anunciada por el colectivo Asturias Ganadera y que no fue autorizada por la Delegación del Gobierno.

«El Principado hace de la apuesta del sector ganadero en general, pero en este caso de los criadores de asturcón, va a hacer de ello una de sus líneas fundamentales», ha señalado, para indicar que esta raza es «una muestra de nuestra tradición, de nuestro patrimonio material e inmaterial y de nuestra historia».

Así, ha situado a las razas autóctonas como «una de las grandezas de nuestra propia identidad» y, por eso, ha querido reconocer a las asociaciones y colectivos que trabajan por el asturcón. En ese sentido, ha querido garantizar el apoyo del Principado al sector y ha situado su visita a la fiesta como «una muestra del agradecimiento del pueblo asturiano a su labor de conservación de una de nuestras razas».

Del mismo modo, ha recordado que la Fiesta del Asturcón está declarada de interés turístico nacional desde 2019, algo que se ha conseguido «gracias a trabajar juntos, que es como se hacen bien las cosas en Asturias: sumando esfuerzos». Siempre se celebra el tercer sábado de agosto. Nació en 1979 cuando 20 ganaderos de la sierra del Sueve se citaron en la majada de Espineres para reunirse, comer y decidir la estrategia a seguir para evitar la extinción del asturcón, cuya población se estima ahora en unos 2.500 ejemplares.

La celebración congrega desde entonces a centenares de personas que acuden a participar de las actividades gastronómicas, deportivas y folclóricas aunque el momento álgido de la jornada se produce cuando se lleva a cabo el marcaje de los ejemplares nacidos en el último año, seis en esta ocasión, y que, como el resto de la manada, viven en libertad durante casi todo el año en la Sierra del Sueve.

Las primeras referencias del asturcón se remontan al período Magdaleniense, cuando los primitivos habitantes de Asturias dejaron constancia de la fauna que les rodeaba en sus cavernas, como demuestran las pinturas rupestres de la cueva Tito Bustillo de Ribadesella.

Se trata de un caballo de cabeza algo corta y cuadrada, con labios gruesos, ojos vivos y orejas pequeñas; su pecho es amplio, con grupa corta y vientre voluminoso; las extremidades son finas y fuertes y su pelaje tiene una tonalidad oscura.

Según la leyenda, los primitivos astures lucharon contra los romanos a lomos de los asturcones, consideraban a sus caballos como animales sagrados y los sacrificaban las noches de plenilunio como ofrenda a los dioses de la guerra y a continuación, bebían su sangre y devoraban su corazón para adquirir la resistencia, dureza, velocidad y valor propias de la especie.

La peculiaridad de su trote -mueve simultáneamente la mano y la pata del mismo lado y no la de lados opuestos como es normal en otros equinos- confiere gran seguridad y comodidad a los jinetes en laderas con mucha pendiente, por lo que fueron muy apreciados en la antigüedad, hasta tal punto que se atribuye su uso a Aníbal para atravesar los Pirineos y los Alpes.

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