Se llama Ignacio Llorente Beneyto, es natural de Madrid y tiene 29 años de edad. Hace dos décadas, con tan solo nueve años, fue diagnosticado con autismo (TEA), afección que si bien le ha limitado en algunos campos también le ha permitido desarrollar su extraordinaria capacidad por la pintura paisajista. Muestra de su trabajo puede verse estos días en la Casa de Cultura de Ribadesella, villa marinera elegida por sus padres tanto para descansar como para veranear, algo que hacen desde que Nacho era un niño.
Quienes le conocen suelen verlo montado en bicicleta o subido en sus patines, haciendo deporte por los muchos paseos de esta villa. También aprovecha sus estancias en Ribadesella para fotografiar todo aquello que le llama la atención para, mas tarde, trasladarlo al lienzo: el paseo de la playa de Santa Marina, la Basílica de Covadonga, la capilla y ensenada de Niembro, el Puente Romano de Cangas de Onís, hórreos, paneras… Suele pintar en acrílico, acuarelas y pastel, aunque mas recientemente se está introduciendo en el mundo de los óleos.
Según cuenta su madre, Inmaculada Beneyto, Nacho empezó a pintar a los catorce años y “como vimos que lo hacía muy bien decidimos llevarlo a clase de pintura”. La familia reside en Fuente el Saz del Jarama y decidieron llevarlo a clase a dos pueblos cercanos. Los martes tiene clase en Alalpardo con Manuel Ruiz González como profesor y los jueves visita el taller que Nadia Otero tiene en Algete. “Dedica muchas horas a la pintura, una actividad que le relaja, le ayuda a concentrarse y le sirve para interaccionar con otras personas”, añadió su madre.
Nacho siente pasión por su madre, con la que pasa muchas horas de su vida. Ella es la encargada de trasladarlo de un sitio a otro. Su llegada al mundo complicó la vida familiar, porque fueron “nueve años de ronda entre médicos y neurólogos”. Pero cuando les confirmaron su patología “fue como una alegría, así que nos pusimos a buscar el centro adecuado y todo empezó a ser mas fácil”. A partir de ahí, también requirió de la ayuda de un logopeda y hoy en día, Nacho interactúa con facilidad dentro de una rutina diaria. “Es la alegría de la casa y se lleva bastante bien con su hermana, aunque en ocasiones se pelean”, destacó Inmaculada. Según Nacho, esas peleas surgen por el “mal carácter” de su hermana.
Además, durante sus estancias en Ribadesella practica, junto a su padre, una reciente afición, la pesca con caña. Y no se conforma con coger sus aperos y acercarse a la ribera del Sella o a la playa de Santa Marina, sino que también anima con insistencia a todos cuantos conoce a comprarse una caña y practicar la pesca. Solo quedan dos días para conocer su obra en la Casa de Cultura de esta villa, así que si se pasan por ella, igual tienen la suerte de encontrarse con este joven encantador, Ignacio Llorente Beneyto, que artísticamente firma como NACHO.