En la tarde de ayer miércoles quedaba abierta la carretera de acceso a Viboli, afectada por un argayu desde la tarde del domingo a un kilómetro y medio del pueblo. Un desprendimiento que ocurrió “justo después del paso de tres coches que subieron y bajaron momentos antes y por segundos no los cogió”, afirmó en la COPE, Simón Hortal, vecino de este núcleo rural.
Los pocos habitantes de Viboli -tan solo media docena- llevan un “montón de años” esperando por la reparación de los cuatro kilómetros que separan el pueblo de la N-625. Su estado es pésimo. “Es peor que un camino de cabras, pero nadie pone una solución. Se pasan la pelota unos a otros, pero nada. El Ayuntamiento no tiene fondos, el Principado no se hace cargo, el Parque tampoco y en estas condiciones estamos”, se quejó este vecino.
La carretera es tan estrecha, con un ancho máximo que no llega a los tres metros, “que si te encuentras con otro coche tienes que dar marcha atrás dos kilómetros sin barandilla y con un precipicio terrible, que tiene mas de cien metros de desnivel en algunos sitios”, describió Hortal. Así, en Viboli se vive “de milagro, de casualidad”, añadió.
Lo único bueno en estos tiempos de pandemia es que sus seis vecinos viven aislados del virus. La única niña que residía en el pueblo se marchó hace tres o cuatro años. Carecen de una cobertura adecuada para la telefonía móvil. Y la fija también funciona de milagro, porque el cableado está colgado, “enganchado a la peña” y en algunos tramos “está desprendido y posado sobre el mismo asfalto de la carretera”. Las telecomunicaciones son malas, pero lo que mas les urge es mejorar el estado de la carretera. Si es que se puede llamar carretera.
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